Si tuviera que resumir, después de trabajar con más de 15.000 personas en los últimos 25 años, cuál es uno de los principales problemas de los individuos, sea en sus relaciones personales o laborales lo tengo muy claro: la falta de reciprocidad.
Pasado un tiempo, uno se da cuenta de sus expectativas. Nos gusta dar sin esperar nada a cambio pero el tiempo dice que igual no es tan sencillo. Luego hay cadáveres con emociones y asuntos enquistados una vez que descubres que no te tuvieron en cuenta como, no conscientemente, esperabas.
Con frecuencia uno se llena de esperanza, esa emoción a veces tan poco gratificante, y acaba en el hastío. No falla: en muchísimas ocasiones uno siente que lo dado no se parece en nada a lo que recibió.
- Gente que espera más cariño de vuelta porque son cariñosos con el otro,
- amigos que esperan que les llamemos por fin porque ellos siempre son los que toman la iniciativa,
- parejas que sienten poner más energía en la relación que el/la compañer@,
- negocios donde nos hemos dejado la piel con socios y colaboradores a la espera de que en otro momento otros también tiren de los remos,
- hermanos que no participan en el cuidado de los mayores en igual intensidad y a alguno le duele,
- deportistas que creyeron ser merecedores de una mejor nominación o puesto,
- gestores que esperaban un reconocimiento final por su trayectoria por parte de directivos
- y un infinito etcétera.
Cuidado que a veces, yo el primero, estoy en el otro lado, el de no devolver ni valorar lo recibido. Muy probablemente visitemos ambos extremos, muy a nuestro pesar.
Si repaso todo esos ejemplos veo que la solución de poner cara de Buda, o «la otra mejilla», en realidad no hace bien a las personas. No digo que no sea posible o útil, digo que no está al alcance de la mayoría. La falta de reciprocidad duele y punto.
Hay quien opta por el silencio, una muy buena opción…, si en realidad fuera silencio interno, es decir no afectación en absoluto. Pero con frecuencia ese silencio es simplemente no decir, a veces no atreverse, no ser capaz de reclamar, no denunciar. Está muy bien visto en la sociedad sin embargo. En realidad si las cosas ya molestan dentro, no hay tal silencio, el bullicio está en la cabeza.
Aún así todavía hay quien defiende que el silencio es la mejor medida entre lo verdadero y lo falso, la noticia real o la fake, el perfil auténtico de la red social o el copiado. «Todo vale» y no hay nada que decir. Pasado un tiempo ese «silencio externo» suele explotar de formas insospechadas. Esa equidistancia curiosamente tiene poco de espiritual y más de simple miedo a la exposición, el conflicto o la asunción de responsabilidades.
Otra opción es sacar los dientes y las uñas, sin arañar claro, pero ser capaz de poner cara y postura si ha habido cierto abuso, desprecio o ruptura de límites. Está muy mal visto no obstante y el que simplemente muestra sus armas suele ser visto como el malo de la película. Cuando digo armas, uñas y dientes, me refiero sobre todo al uso de las palabras. Uno puede argumentar y comunicar con firmeza y dignidad lo sucedido, manteniendo las formas y el decoro. Como pasas a ser el malo de la película, se te percibirá como ¡portador de emociones negativas! Estaría bueno sin embargo que ante la falta de reciprocidad nos tuviéramos que sentir «felices y sonrientes».
En innumerables ocasiones las personas me han comentado, y a mí mismo me ha sucedido en otras tantas, que deberían haber dicho más, defendido sus razones, expuesto sus argumentos, sincerado sus sentimientos, comentar su sentir, mostrar con amabilidad pero firmeza su disidencia o incluso denunciar el abuso. Está tan mal visto que es difícil de ejecutar. No obstante quien lo consigue suele obtener un beneficio que no suele verse: la reciprocidad en vez de empeorar suele mejorar. Cuando el otro ve que ahí estamos, con temple y firmeza, a veces rectifica, a veces mejora, pero rara vez estamos peor.
Una vez escuché una tercera opción curiosa: contraatacar. No parece muy atractiva pero la comento. Consistía en que si recibías un daño de «6» debías, por amor, devolver uno de «4» y así el otro devolvería uno de «2» y luego tú uno muy pequeño y el conflicto se disuelve. Si bien parece de locos, en muchas negociaciones, pequeños gestos de retribución pero de menor calado que los del agresor son tenidos en cuenta como actos controlados y señales de benevolencia a pesar del matiz. Evidentemente nos choca, no estamos acostumbrados… pero quien sabe.
Con todo este panorama, suelo compartir la que creo es la menos mala de las opciones por falta de reciprocidad. Si pienso en lo que la vida a veces ha dolido, la reciprocidad (su falta) es la estrella. Se llama Tit for Tat, está basada en teoría de juegos y tiene buenas bases experimentales. Se trata de dar primero y luego repetir el comportamiento del otro. Si éste devuelve y da, tú sigues dando. Si no lo hace, tú repites su comportamiento, o sea, te quedas quieto.
En mi caso, por si las moscas, doy tres o cuatro veces, ya que a veces el otro no ha tenido tiempo u oportunidad de devolver. Es tanto lo que provoca la sensación de desequilibrio en el dar y recibir que es bueno tener una estrategia.
He probado todas, desde el silencio al contraataque y también he sufrido y agradecido a aquel que me ha hecho ver que me había equivocado y no había devuelto lo recibido. Pero tras probar todo eso, Tit for Tat es la que más me ha funcionado y servido para ahorrar esperanzas ilusas, reproches futuros y expectativas erróneas.
Como «mi experiencia» no me vale como argumento único para compartirte algo, insisto en que Tit for Tat tiene evidencia más allá de Jose.
Te dejo este artículo en forma de Tit.
Si te gusta o sirve espero tu Tat, aquí sobre este mismo mail.
Abrazos,